viernes, 11 de junio de 2010

El año sacerdotal un punto de partida para todos

Fortalecer el alma sacerdotal de todos los cristianos, especialmente de los sacerdotes


Fortalecer el alma cristiana
Todo cristiano tiene alma desde que nace a la vida cristiana por medio del Bautismo.
Esta alma es una gracia que mueve a ofrecer dones a Dios, a pedir por todos 1/. Para ejercitarse en una vida cristiana auténtica todos los bautizados deben tener un alma sacerdotal saludable.

Mucho más quienes han recibido el Sacramento del Orden. “En los ordenados, este sacerdocio ministerial se suma al sacerdocio común de todos los fieles. Por tanto, aunque sería un error defender que un sacerdote es más fiel cristiano que cualquier otro fiel, puede, en cambio, afirmarse que es más sacerdote: pertenece, como todos los cristianos, a ese pueblo sacerdotal redimido por Cristo y está, además, marcado con el carácter del sacerdocio ministerial, que se diferencia esencialmente, y no sólo en grado2/, del sacerdocio común de los fieles” 3/

Vivir la Misa para fortalecer el alma sacerdotal 4/
“Si nos unimos al sacrificio redentor en la misa, con alma sacerdotal, participamos en la empresa más insigne de la historia de la humanidad. Todas las acciones cotidianas, incluso las más anodinas, puestas en el sacrificio del altar, adquieren una trascendencia extraordinaria. (…) En medio de nuestros afanes y ocupaciones, poniendo amor en el deber de cada instante, ayudamos a “recapitular todas las cosas en Cristo”5/: aligeramos su cruz, contribuimos al consuelo de Dios Padre y obtenemos el don del Espíritu Santo para la salvación de las almas. Esos tres elementos corredentores aparecen al final de cada plegaria eucarística: “Por Cristo, con Él y en Él”. Contienen todo un programa de vida. En cada celebración eucarística, la Iglesia ofrece a Cristo y se ofrece con Cristo. Por tanto, al poner en la patena nuestros esfuerzos por mejorar, aparte de ofrecer por Él algún sacrificio, nos ofrecemos con El al Padre en reparación por los pecados, y, en Él, pedimos la gracia del Espíritu Santo para la salvación de quienes están en la tierra o en el Purgatorio. Es, pues, una triple razón de amor: a Cristo, a Dios Padre y, a través del Espíritu Santo, a nuestros semejantes.”

Unirse al Corazón de Jesús
“Se abre así todo un panorama de esfuerzo motivado por el deseo de aliviar, “con frecuencia cotidiana”6/, las penas del corazón de Cristo. La tibieza es incompatible con la apremiante urgencia de corredimir con Él. “Un corazón sacerdotal que no sangra, no es un corazón sacerdotal”, decía un santo belga7/. Además si realmente amamos al Señor, la posibilidad de aligerar su cruz nos capacita para sobrellevar cualquier sacrificio. “Por Ti, Jesús, me crucificaría si así evitase yo tu sufrimiento”, decía un joven poeta 8/. Ante un crucifijo, exclama otro:



“Cuerpo llagado de amores
¡Yo te adoro y yo te sigo!
Yo, Señor de los señores,
Quiero partir tus dolores
Subiendo a la Cruz contigo” 9/



Vivir junto a María
“El Corazón de Jesús no es el único que sufre pesares de amor. También el Corazón de María los comparte desde hace veinte siglos. Ella, como sintetiza Benedicto XVI, “aceptó entregarle todo, ofrecer su cuerpo para acoger el Cuerpo del Creador. Todo ha venido de Cristo, incluso María; todo ha venido por María, incluso Cristo” 10/. Sus corazones vibran al unísono. Ambos tienen un cuerpo glorioso y, desde el Cielo, contemplan, en vigilia de amor, todo el bien y el mal que hacemos. No estarán tranquilos hasta que, tras la segunda venida de Cristo, se termine este mundo y ya no haya nadie en camino hacia el Cielo. Nadie aligera tanto la cruz de Jesús como su Madre. Por eso quiso estar tan cerca de la cruz. Ese era el designio divino para Ella, largamente meditado desde que el viejo Simeón le anunció que una espada atravesaría su alma 11/. Sólo Ella comprendió plenamente por qué convenía que su Hijo se inmolara. Los apóstoles, aun aleccionados por Cristo, no lo entendieron, mientras que Ella, con su alma sacerdotal, quiso estar al lado de la cruz por tres razones: para sostener a su Hijo, para, con Él, consolar al Padre, y, en Él, obtenernos la gracia salvadora. (…) María, la corredentora por excelencia 12/, “comparte la compasión de su Hijo por los pecadores” 13/. Por eso, tantas veces, nos apremia a consolar al Señor y a rezar por los pecadores. De Ella aprendemos, en suma, a convertir toda nuestra “existencia en corredención de Amor”. 14/”
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1/ Forja 369. Si actúas —vives y trabajas— cara a Dios, por razones de amor y de servicio, con alma sacerdotal, aunque no seas sacerdote, toda tu acción cobra un genuino sentido sobrenatural, que mantiene unida tu vida entera a la fuente de todas las gracias. Ver también Surco 499.
2/ Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Lumen Gentium, n. 10.
3/ San Josemaría, Homilía “Sacerdote para la eternidad”
4/ Los párrafos siguientes (no así los subtítulos) son de Michel Esparza, Amor y autoestima, Edit. Patmos, n. 240, Madrid 2009, p. 224
5/ Ef. 1, 10
6/ J. Escrivá, Forja, n. 442
7/ En Em. R. De Roover, Priester Poppe. Leven en zending. Altiora, Averbode 1987, p. 17. Edgard Poppe (1890-1924) es un sacerdote flamenco beatificado por Juan Pablo II el 3 de octubre de 1999.
8/ B. Llorens, en J. I. Poveda, Bartolomé Llorens, una sed de eternidades, Rialp, Madrid 1997, p. 138
9/ J. M. Pemán, Ane el cri de la Buena muerte, en Pasión según Pemán, Edibesa, Madrid 1997, p. 87
10/ Benedicto XVI, Discurso del 14 de septiembre de 2008, en el Santuario de Lourdes (Adoración Eucarística).
11/ Cfr. Lc. 2, 35.
12/ Para disipar malentendidos, Concilio Vaticano II recuerda que los títulos con los que la Iglesia invoca a María –Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora- “hay que entenderlos de tal forma que no disminuyan ni añadan nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único mediador” (Lumen Gentium, n. 62)
13/ Benedicto XVI, Homilía del 15 de septiembre de 2008, en el Santuario de Lourdes.
14/ J. Escrivá, Surco, n. 255.