lunes, 25 de marzo de 2013

La Mano derecha queda fijada al madero por un clavo


LA LLAGA DE LA MANO DERECHA

1.  ¿Cómo fue esa herida?
El hierro del clavo se apoya sobre su muñeca, justo debajo del nervio mediano que puede aguantar el peso del cuerpo del crucificado.
El martillo golpea el clavo y la punta de éste atraviesa la piel, rompe la carne y las venas y pasa entre los pequeños huesecillos que forman la muñeca.
El cuerpo se contrae, salen las costillas, los ojos se abren con lágrimas imposibles de detener. Posiblemente un grito de dolor se escapa de su boca. Los dedos se estiran. El contraste es mayor, porque en los labios de Jesús brotarían palabras de perdón entrecortadamente.
Ya está fija la humanidad de Cristo al madero en un punto. Ya está anclado en el peor de los suplicios, que durará aún varias horas.
El dolor es más fuerte si se tiene en cuenta lo fácilmente que podía haberse evitado. Pero  quiere Dios un amor más fuerte que la muerte. Quiere mostrar a todo el  sufriente que puede sentirse comprendido porque Jesús -Dios y Hombre verdadero- también lo sufrió, y de la manera más cruenta.

2.  ¿Qué significa esa mano.
Es la mano de entregar, de dar. Vemos esa mano abierta de Cristo, que ha dado tanto a los hombres, y que ahora en un derroche de amor se da a sí mismo con padecimiento. No en vano Jesús había dicho: Nadie tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos. No sólo lo enseña, lo vive. No sólo predica el amor, sino que lo practica del modo más heroico.

3.  ¿Qué debo hacer yo?
La respuesta es clara: ser generoso. Pero, ¿cómo?: amando con todas las consecuencias.  Dios ama al que da con alegría.
No cabe amor sin generosidad, ni generosidad sin amor. Uno lleva al otro, porque amar es darse. No se trata de dar lo que sobra, ni de dar cosas, sino darse  a sí mismo.
Señor, que tenga peso y medida en todo…menos en el Amor (Camino, n. 427)
No es compatible ante la mano abierta de Jesús que pide, responder con el puño -que así se llama a la mano cerrada-. De hecho es fácil ver a aquellos que le insultaban  con los puños cerrados. Si dolorosa es ver esa actitud en los que le odian; también es penosa la actitud poco generosa, calculadora y cicatera de los que le dicen que le quieren y que pretenden ser sus discípulos.

El recurso a la Llaga de la mano de Cristo ayuda a no ser cobarde, ya que arranca los restos de egoísmo que son la verdadera causa de las faltas de generosidad. Así lo expresa el Fundador del Opus Dei: Estamos, Señor, gustosamente en tu mano llagada. ¡Apriétanos fuerte!, ¡estrújanos!, ¡que perdamos toda la miseria terrena!, ¡que nos purifiquemos, que nos encendamos, que nos sintamos empapados en tu Sangre!.  

Cuando se vive así, se descubre que Dios no se deja ganar en generosidad. Y el alma se dilata, porque recibe, la alegría humana de haber sabido amar,  experimenta que es querida por Dios mismo -que es Amor- y que promete el ciento por uno y la vida eterna.

Quizás, el propósito que puede surgir de la lectura de estas líneas, sea situarse ante la figura de Jesús crucificado, mirarlo, y después, besar su mano herida diciendo en la sinceridad del corazón:

¡Gracias, Señor, por tu amor, enséñame a amar!.

u  ¡Dios mío! que odie el pecado, y me una a Ti, abrazándome a la Santa Cruz, para cumplir a mi vez tu Voluntad amabilísima..., desnudo de todo afecto terreno, sin más miras que tu gloria..., generosamente, no reservándome nada, ofreciéndome contigo en perfecto holocausto .

Adoración de la llaga de la mano derecha de Jesús
Adoramos, Señor, la llaga de tu mano derecha, y por ella te pedimos nos concedas la gracia de hacer buenas obras, y decir siempre que sí a los deseos de tu Santísima Voluntad. Amén.

Las Santísimas Llagas de Jesucristo


Jesús  nos habla con sus Llagas

Con ellas sanan las heridas de las almas, aquieta las tempestades interiores, fortalece y enciende el amor a Dios, enamora. 
Intentaremos considerar cada una de las cinco Heridas abiertas en el Cuerpo de Jesús, para descubrir el Amor de Dios expresado corporalmente en Jesús Crucificado.

Así lo expresa Camino n. 555: 
     "¡Verdaderamente es amable la Santa Humanidad de nuestro Dios! -Te "metiste" en la Llaga santísima de la mano derecha de tu Señor, y me preguntaste: "Si una Herida de Cristo limpia, sana, aquieta, fortalece y enciende y enamora, ¿qué no harán las cinco, abiertas en el madero?"
Quizá a alguno le suceda lo que a  Santa Teresa de Jesús cuando tuvo la gran conversión después de muchos años de entrega tibia -según ella- a Dios a una vida de entrega fervorosa y santa sin paliativos. Veamos como lo cuenta la Santa: 
   
     Pues andaba mi alma cansada y, aunque quería, no la dejaban descansar las ruines      costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había guardado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado, y tan devota que, mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fué tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece que se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole que me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.

Pero no es sólo algo reciente en la espiritualidad cristiana la meditación de las llagas de Cristo. San Agustín, en el siglo V, reza ante ellas de este modo:
     -Cuando algún feo pensamiento me fatiga, vuestras llagas Señor, me son escudo;
     -Cuando el mundo me acosa, me son refugio;
   -Cuando el demonio se embravece y como león da bramidos para tragarme, en poniéndome debajo de vuestras alas, en entrando en vuestras llagas, pierde su fuerza y huye de mí.
   -Si las llamas de mi concupiscencia que arden en mí, con la sangre que corre de vuestro amoroso pecho se apagan y la vanidad del mundo se conoce y se vence, y la rabia de Satanás se debilitan y enfrenan.
   -En todas la adversidades, en todas las congojas y quebrantos de mi corazón, no hallo otro remedio más eficaz que vuestra cruz y vuestras llagas.
 Vuestras llagas sacratísimas son el báculo de mi peregrinación, el gobernalle de mi navío, el puerto de mi navegación, el apoyo de mi alma desmayada y descaecida, el maná de este desierto, el descanso de mis trabajos, la salud de mis enfermedades, la vida de mi continua muerte, mi gloria, mi esperanza y todo mi bien.

En estas llagas duermo seguro y sin sobresalto. Cristo murió por mí, qué cosa puede haber tan amarga que con esta palabra no se haga dulce?

 Muchos son los cristianos que han experimentado conversiones en sus vidas al contemplar las Heridas y la Pasión de Cristo.