sábado, 3 de marzo de 2012

¿Es pecado ser rico? Ejemplos contrapuestos: el joven rico y José de Arimatea

Moral y economía. El dilema del camello y la aguja

Moral y economía. El dilema del camello y la aguja

Título: Negocios y moral. El dilema del camello y la aguja

Autor: Gregorio Guitián

Nº páginas: 152

Precio: 9 €

Tesis básica: ni Jesús ni la Iglesia condenan las riquezas, sino la falta de desprendimiento. Según la visión cristiana, lo decisivo está en la actitud y la manera en que se generan y emplean los bienes materiales.

De ahí surge una dicotomía: por un lado, la abundancia es buena en el proyecto de Dios para la creación; por otro lado, el apegamiento a las riquezas impide ver y pelear por lo decisivo, que es la Vida eterna.

“Por el consumismo se pasa de servirse de los bienes a servir a los bienes”. Plantea una visión reduccionista y exclusivamente material de la realidad.

Las personas tenemos una serie de necesidades, y la economía no es más que la respuesta de la sociedad a ellas: la economía se aprovecha de los recursos disponibles para cubrir esas necesidades. Resumiendo: trata de producir los bienes y servicios indispensables para lograr riqueza y distribuirlos de la mejor manera posible.

Eso explica que hablemos de dos términos: eficiencia, que es conseguir los mejores resultados con los menores costes posibles; y productividad, que se refiere a la cantidad de resultados logrados en una cantidad concreta de tiempo.

Las personas consumimos bienes y servicios facilitados por las empresas.

La economía es muy compleja, y por eso la riqueza del mundo está repartida tan desigualmente. No es una ciencia tan exacta como las matemáticas o la física: trata temas relativos al comportamiento humano, que es libre y muy rico en matices.

Cita de Guitián, el autor: “Existe una verdadera deuda moral con respecto a esos millones de personas que no se bastan a sí mismos. Es claro que esos países necesitan urgentemente ser ayudados, pero con una ayuda (…) que prevea en su mismo diseño cómo suscitar el compromiso, la respuesta, la implicación y la responsabilidad de los beneficiarios para convertirlos (…) en verdaderos motores del desarrollo”.

Por eso, es desacertado plantear de modo extremista los problemas éticos que surgen en ella. No hay que incurrir en afirmaciones generalistas. Lo cual no significa que todo posicionamiento radical sea inválido.

O economía y ética no tienen nada que ver, o son incompatibles (cada una sigue su propio interés), o están destinadas a entrelazarse y nutrirse mutuamente. Ésas son las tres opciones que se barajan. Nos quedamos con la tercera opción. Un ejemplo: la conciliación del trabajo con la vida familiar. En una empresa importan, y mucho, los trabajadores y su bienestar.
Si la economía estudia comportamientos de personas para lograr que vivan más dignamente, se deduce que implica aspectos técnicos, pero también humanos.

El cristianismo ofrece una explicación de quién es el hombre, y en consecuencia un prototipo de comportamiento.

Por la Biblia sabemos que lo que Dios creó era bueno, pero que el de ahora, en el que vivimos, es imperfecto y estamos destinados a trabajar en él, a tratar de mejorarlo y a ser felices en él.

La Biblia arroja muchas ideas sobre cómo manejar las riquezas y los bienes materiales. Por ella sabemos que debemos rendir al máximo lo que tenemos (parábola de los talentos), dar limosna y ser caritativos en general, no poner el corazón en lo material (parábola del joven rico), vivir el desprendimiento (muchos ejemplos de sobriedad del propio Jesús), ganar el dinero justamente…

Y así lo ha explicado luego la Iglesia: los Padres de la Iglesia, la Escuela de Salamanca, el Catecismo y la Doctrina Social de la Iglesia. Ésta analiza la realidad económica, que está compuesta por principios, juicios y orientaciones. Los primeros están anclados en la fe; los segundos tienen un carácter moral; y las orientaciones son más vagas y sugestivas.

Ejemplos de principios: de subsidiaridad, de la dignidad personal, de solidaridad (en contra del individualismo) y de destino universal de los bienes.

¿Es el libre mercado malo? No, todo lo contrario: es bueno, pero sólo si en él se respeta la libertad humana y se actúa correctamente. El mercado necesita orientarse al bien común. No lo es todo, sino que necesita ser completado, porque hay realidades que se le escapan, como el amor o la cultura. En una palabra, tiene sus límites.

La empresa es algo positivo, porque en el fondo es la respuesta del hombre a la indicación de Dios de que trabajáramos y gobernáramos la tierra. A través de ella nos podemos dignificar. E igual de positivo y admisible es que persiga beneficios, porque en caso contrario no perdurará.

Y las finanzas, que vertebran la economía, son igual de importantes que ésta. Deben ser claras y transparentes y no especular. Cuanto más poder tiene una economía, más responsabilidad ostenta también.

¡E invertir no está mal! En la parábola de los talentos Jesús mismo dejó dicho: “negociad hasta mi vuelta”. Repetimos que todo depende de la intención y los medios que se emplean para buscar la máxima rentabilidad.

El fin de la empresa no son los beneficios, sino satisfacer a la comunidad de hombres que están en ella: sus necesidades fundamentales y las de la sociedad en la que viven.

La empresa debe contribuir realmente al servicio de la persona (las que no lo hacen son inmorales), servirse de medios honestos y justos y demostrar con hechos su responsabilidad social, la cual, por sí misma, no es garantía de calidad moral.

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