viernes, 2 de septiembre de 2011

Hospitalidad en la Iglesia e inicio de los hospitales

Hospitalidad

en la iglesia, e inicio de los hospitales.

La faceta más característica de la caridad monástica es la hospitalidad. Casi todas las reglas ordenan dar una buena acogida a los huéspedes, si bien es en la Regla de San Benito (+547) donde se puede observar su raíz cristocéntrica, pues manda recibirles “como al mismo Cristo en persona”. Con el tiempo, en los monasterios e irían diferenciando un hospitale pauperum para los pobres, un hospitale peregrinorum para los enfermos y peregrinos y un hospitale hospitum para los huéspedes propiamente dichos.

Como ya se ha dicho, la atención hospitalaria a los enfermos, casi inexistente en la antiguas civilizaciones, es una aportación humanitaria exclusiva del cristianismo. Hay que destacar otra vez a S. Basilio, no solo porque creó un hospicio en cada circunscripción de su diócesis y en la capital fundó una auténtica ciudad de beneficencia, sino porque, como legislador del monacato de Oriente, ordenó que sus monjes se ocupasen en buen medida de trabajos de caridad.(…)

Otra faceta importante fue el reparto de comidas a las puertas, construyendo muchas veces refectorios para acoger a quienes acudían: algunos monasterios alimentaron hasta unas 300 personas diariamente y la gran abadía de Cluny llegaría a atender en ciertos años hasta 17.000.

(cfr. Folletos Mundo Cristiano, n. 796 ; Veinte siglos de caridad. La Iglesia al servicio del hombre, VV. AA.)

La atención de los más pobres por la Iglesia

De la Encíclica Deus Caritas est

(cfr. La caridad como tarea de la Iglesia)

23. En este contexto, puede ser útil una referencia a las primitivas estructuras jurídicas del servicio de la caridad en la Iglesia. Hacia la mitad del siglo IV, se va formando en Egipto la llamada "diaconía"; es la estructura que en cada monasterio tenía la responsabilidad sobre el conjunto de las actividades asistenciales, el servicio de la caridad precisamente. A partir de esto, se desarrolla en Egipto hasta el siglo VI una corporación con plena capacidad jurídica, a la que las autoridades civiles confían incluso una cantidad de grano para su distribución pública. No sólo cada monasterio, sino también cada diócesis llegó a tener su diaconía, una institución que se desarrolla sucesivamente, tanto en Oriente como en Occidente.

El Papa Gregorio Magno († 604) habla de la diaconía de Nápoles; por lo que se refiere a Roma, las diaconías están documentadas a partir del siglo VII y VIII; pero, naturalmente, ya antes, desde los comienzos, la actividad asistencial a los pobres y necesitados, según los principios de la vida cristiana expuestos en los Hechos de los Apóstoles, era parte esencial en la Iglesia de Roma.

Esta función se manifiesta vigorosamente en la figura del diácono Lorenzo († 258). La descripción dramática de su martirio fue conocida ya por san Ambrosio († 397) y, en lo esencial, nos muestra seguramente la auténtica figura de este Santo. A él, como responsable de la asistencia a los pobres de Roma, tras ser apresados sus compañeros y el Papa, se le concedió un cierto tiempo para recoger los tesoros de la Iglesia y entregarlos a las autoridades. Lorenzo distribuyó el dinero disponible a los pobres y luego presentó a éstos a las autoridades como el verdadero tesoro de la Iglesia.{15} Cualquiera que sea la fiabilidad histórica de tales detalles, Lorenzo ha quedado en la memoria de la Iglesia como un gran exponente de la caridad eclesial.

24. Una alusión a la figura del emperador Juliano el Apóstata († 363) puede ilustrar una vez más lo esencial que era para la Iglesia de los primeros siglos la caridad ejercida y organizada. A los seis años, Juliano asistió al asesinato de su padre, de su hermano y de otros parientes a manos de los guardias del palacio imperial; él imputó esta brutalidad —con razón o sin ella— al emperador Constancio, que se tenía por un gran cristiano. Por eso, para él la fe cristiana quedó desacreditada definitivamente.

Una vez emperador, decidió restaurar el paganismo, la antigua religión romana, pero también reformarlo, de manera que fuera realmente la fuerza impulsora del imperio. En esta perspectiva, se inspiró ampliamente en el cristianismo. Estableció una jerarquía de metropolitas y sacerdotes. Los sacerdotes debían promover el amor a Dios y al prójimo.

Escribía en una de sus cartas {16} que el único aspecto que le impresionaba del cristianismo era la actividad caritativa de la Iglesia. Así pues, un punto determinante para su nuevo paganismo fue dotar a la nueva religión de un sistema paralelo al de la caridad de la Iglesia. Los "Galileos" —así los llamaba— habían logrado con ello su popularidad. Se les debía emular y superar. De este modo, el emperador confirmaba, pues, cómo la caridad era una característica determinante de la comunidad cristiana, de la Iglesia.