sábado, 12 de abril de 2014

Via Crucis Estaciones I y II

Rezo escalonado del VIA CRUCIS en Tierra Santa para vivir mejor la Semana Mayor
(Domingo de Ramos: Estaciones I y II)
Tratemos de trasladarnos a Tierra Santa para identificarnos con Jesús 
(En gran parte tomado de www.unsacerdoteentierrasanta.blogspot.com)


Para vivir bien estos santos días, vamos a publicar cada día dos de los catorce pasos para acompañar de cerca a Jesús “por el camino de dolor, que fue precio de nuestro rescate. Queremos sufrir todo lo que Tú sufriste, ofrecerte nuestro pobre corazón, contrito, porque eres inocente y vas a morir por nosotros, que somos los únicos culpables” (San Josemaría, Via crucis, Introducción)


I estación: condenan a muerte a Jesús

Cada viernes, a las tres de la tarde, se celebra en Jerusalén una procesión que recorre la Vía Dolorosa. La encabeza el Custodio de Tierra Santa o uno que le representa, acompañado por numerosos  peregrinos, fieles residentes en Jerusalén y frailes franciscanos. El punto de partida es el patio de la escuela islámica de El-Omariye, situada en el ángulo noroccidental de la explanada del Templo. Puesto que en el siglo I se elevaba allí la torre Antonia, que acogía a la guarnición romana acuartelada en la ciudad, tradicionalmente se identifica con el pretorio donde se realizó el juicio de Jesús ante el gobernador Poncio Pilato.

Está para pronunciarse la sentencia. Pilatos se burla: ecce rex vester! (Jn 19, 14). Los pontífices responden enfurecidos: no tenemos rey, sino a César (Jn 19, 15). ¡Señor!, ¿dónde están tus amigos?, ¿dónde, tus súbditos? Te han dejado. Es una desbandada que dura veinte siglos... Huimos todos de la Cruz, de tu Santa Cruz. Sangre, congoja, soledad y una insaciable hambre de almas... son el cortejo de tu realeza (S. Josemaría Escrivá, Vía Crucis, I estación, punto 4).

II estación: Jesús carga con la cruz

Saliendo de la escuela y atravesando la Vía Dolorosa, se llega al convento franciscano de la Flagelación. Se trata de un complejo construido en torno a un amplio claustro, con el Studium Biblicum Franciscanum en el frente y dos iglesias a los lados: a la derecha, la de la Flagelación, reconstruida en 1927 sobre las ruinas de otra del siglo XII; y a la izquierda, la de la Condenación, levantada en 1903. En el muro exterior de esta iglesia, en la calle, está señalada la segunda estación: y, cargando con la cruz, salió hacia el lugar que se llama la Calavera, en hebreo Gólgota (Jn 19, 17).

Como para una fiesta, han preparado un cortejo, una larga procesión. Los jueces quieren saborear su victoria con un suplicio lento y despiadado. Jesús no encontrará la muerte en un abrir y cerrar de ojos... Le es dado un tiempo para que el dolor y el amor se sigan identificando con la Voluntad amabilísima del Padre (Vía Crucis, II estación, punto 2).

Un poco más adelante, cruza la Vía Dolorosa un arco de medio punto con un corredor construido encima. Se conoce popularmente como el arco del Ecce homo, y recuerda el lugar donde Pilato presentó a Jesús al pueblo después de la flagelación y la coronación de espinas. En realidad, es el vano central de un arco de triunfo del que se conserva también la puerta del lado norte en el interior del convento de las Damas de Sión: hace las veces de retablo en la basílica del Ecce homo, terminada en el siglo XIX.  

Del mismo modo que ese elemento se consideraba perteneciente a la torre Antonia, varios enlosados de piedra en la misma zona solían identificarse con el lugar llamado Litóstrotos (Jn 19, 13): sobre todo, son visibles en la iglesia de la Condenación y el convento de las Damas de Sión. En efecto, tanto el arco como los pavimentos son de origen romano, pero habría que datarlos algo más tarde, en la época de Adriano.
Cuando se recorre la Vía Dolorosa, al pasar por este punto viene a la mente lo mucho que Cristo había sufrido ya antes de cargar con la cruz: Pilatos, deseando contentar al pueblo, les suelta a Barrabás y ordena que azoten a Jesús. Atado a la columna. Lleno de llagas. Suena el golpear de las correas sobre su carne rota, sobre su carne sin mancilla, que padece por tu carne pecadora. —Más golpes. Más saña. Más aún... Es el colmo de la humana crueldad. Al cabo, rendidos, desatan a Jesús. —Y el cuerpo de Cristo se rinde también al dolor y cae, como un gusano, tronchado y medio muerto (Santo Rosario, II misterio doloroso).

Después, llevan a mi Señor al patio del pretorio, y allí convocan a toda la cohorte (Mc 15, 16) —Los soldadotes brutales han desnudado sus carnes purísimas. —Con un trapo de púrpura, viejo y sucio, cubren a Jesús. —Una caña, por cetro, en su mano derecha...
La corona de espinas, hincada a martillazos, le hace Rey de burlas... Ave Rex judæorum! —Dios te salve, Rey de los judíos (Mc 15, 18). Y, a golpes, hieren su cabeza. Y le abofetean... y le escupen. Coronado de espinas y vestido con andrajos de púrpura, Jesús es mostrado al pueblo judío: Ecce homo! —Ved aquí al hombre (Ibid., III misterio doloroso).


El corazón se estremece al contemplar la Santísima Humanidad del Señor hecha una llaga (...). Mira a Jesús. Cada desgarrón es un reproche; cada azote, un motivo de dolor por tus ofensas y las mías (Vía Crucis, I estación, punto 5).