martes, 15 de abril de 2014

Jesús cae por segunda vez (7). Consuela a las mujeres que encuentra (8)

Lugares actuales del Viacrucis en Tierra Santa.
(Tomado de www.unsacerdoteentierrasanta.blogspot.com)

VII estación: Jesús cae por segunda vez
La capilla de la séptima estación, que está dividida en dos ambientes, también es propiedad de la Custodia de Tierra Santa.

Al final de la subida, la Vía Dolorosa desemboca en el Khan ez-Zait —el mercado del aceite—, el animado y concurrido zoco que viene de la puerta de Damasco. Delimita los barrios musulmán y cristiano, y coincide con el antiguo Cardo Massimo, la calle principal de la Jerusalén romana y bizantina. La séptima estación se encuentra en el cruce, donde hay una capillita propiedad de los franciscanos.

Cae Jesús por el peso del madero... Nosotros, por la atracción de las cosas de la tierra. Prefiere venirse abajo antes que soltar la Cruz. Así sana Cristo el desamor que a nosotros nos derriba (Ibid., VII estación, punto 1)

VIII estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén

En el lugar de la octava estación, hay una piedra redonda de pequeñas dimensiones, con una cruz y una inscripción labradas: Jesucristo vence.

A pocos metros del lugar de la segunda caída, tomando la calle de San Francisco, que sube en dirección oeste y prolonga la Vía Dolorosa, se llega a la octava estación. 

Entre las gentes que contemplan el paso del Señor, hay unas cuantas mujeres que no pueden contener su compasión y prorrumpen en lágrimas (...).

Pero el Señor quiere enderezar ese llanto hacia un motivo más sobrenatural, y las invita a llorar por los pecados, que son la causa de la Pasión y que atraerán el rigor de la justicia divina:

—Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos... Pues si al árbol verde le tratan de esta manera, ¿en el seco qué se hará? (Lc 23, 28.31). Tus pecados, los míos, los de todos los hombres, se ponen en pie. Todo el mal que hemos hecho y el bien que hemos dejado de hacer. El panorama desolador de los delitos e infamias sin cuento, que habríamos cometido, si Él, Jesús, no nos hubiera confortado con la luz de su