XIV estación: Jesús es sepultado
En parte tomado de www.unsacerdoteentierrasanta.blogspot.com
Sin nada vino Jesús al mundo, y sin nada –ni siquiera el lugar donde
reposa- se nos ha ido.
La Madre de mi Señor –mi Madre- y las mujeres que han seguido al Maestro
desde Galilea, después de observar todo atentamente, se marchan también. Cae la
noche.
Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya
somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha
rescatado.
Empti enim estis pretio magno (1 Cor VI, 20), tú y yo hemos sido comprados a
gran precio. (San Josemaría, Via Crucis, estación
XIV)
Al entrar en la basílica, por la
izquierda se llega al Anastasis, la
Rotonda constantina con el Edículo del Santo Sepulcro en el centro, bajo la
cúpula restaurada e inaugurada en 1997. La Rotonda es una de las partes del
santuario que ha sufrido menos transformaciones planimétricas desde la edad
de Constantino.
Las macizas columnas de la Rotonda, que sustituyen a las originales que
estaban muy degradadas por el tiempo y los incendios, están decoradas con
capiteles modernos esculpidos en estilo bizantino del siglo V. En el
proyecto de Constantino, las columnas separaban el centro de la rotonda del
deambulatorio permitiendo a los peregrinos poder girar alrededor del Edículo.
Con el tiempo, este espacio se ha transformado en una serie de ambientes
cerrados reservados a los sacristanes Griegos, Armenios y Coptos.
El único vano accesible para los
peregrinos es la habitación que se encuentra en la parte trasera del Edículo
denominada capilla de Nicodemo y José de Arimatea, y que ocupa el espacio del
ábside occidental de la Rotonda. Una puerta estrecha y baja realizada en la
habitación lleva a la tumba de “José de Arimatea”, una tumba típica de hornos o
kokim del tiempo de Jesús. En el centro de la rotonda se encuentra el Edículo
del Santo Sepulcro.
Nicodemo y José de Arimatea -discípulos ocultos de Cristo- interceden por El desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio..., entonces dan la cara audacter (Mc XV, 43)...: ¡valentía heroica!.
Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor..., lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones..., lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nade me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!
Cuando todo el mundo os abandone y desprecie..., serviam! os serviré, Señor. (ibid, estación XIV, n. 1)