Preparación para
las últimas cinco Estaciones (X a XIV)
Apenas unas decenas de metros
separan el Calvario de la tumba del Señor. Toda la zona queda incluida dentro
de la basílica del Santo Sepulcro, también llamada de la Resurrección por los
cristianos orientales.
A los ojos del peregrino, se
presenta con una arquitectura singular, que puede considerarse incluso
desordenada o caótica. En el exterior, está formada por varios volúmenes
superpuestos y añadidos, entre los que destaca un campanario truncado; sobre
ese cúmulo de edificaciones y terrazas, se levantan dos cúpulas, una mayor que
la otra, que caracterizan el perfil de Jerusalén. El interior está configurado
como un conjunto complejo de altares y capillas, grandes y pequeñas, cerradas
con muros o abiertas, dispuestas en diferentes niveles comunicados por
escaleras.
Esa apariencia sorprendente no es
más que el resultado de su afanosa historia: quizá ningún otro lugar del mundo
ha pasado por tantas edificaciones, demoliciones, reconstrucciones, incendios,
terremotos, restauraciones... A esto hay que sumar que la propiedad de la
basílica es compartida entre la Iglesia católica —representada por los
franciscanos, que custodian los Santos Lugares desde 1342— y las Iglesias
ortodoxas griega, armenia, copta, siria y etíope, que gozan de diferentes
derechos.
Los Evangelios nos han transmitido
que sacaron a Jesús y le condujeron al lugar del Gólgota, que significa
"lugar de la Calavera" (Mc 15, 22. Cfr. Mt 27, 33; Lc 23, 33; y Jn 19, 17). Allí le crucificaron con otros
dos, uno a cada lado y Jesús en medio (Jn 19, 18). Ese sitio se hallaba cerca de la ciudad (Jn 19, 20); por tanto, fuera del recinto amurallado. En el lugar donde
fue crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que
todavía no había sido colocado nadie (Jn 19, 41). Cuando Cristo murió, como era la Parasceve de los judíos y el sepulcro
estaba cerca, pusieron allí a Jesús (Jn 19, 42).
Las investigaciones arqueológicas
han encontrado otras tumbas de la misma época en las proximidades del Calvario,
a las que se puede acceder desde la basílica. Este dato confirma que entonces
todo aquel paraje se encontraba fuera de Jerusalén, pues la ley judía prohibía
los enterramientos dentro de sus muros. Algunos estudiosos también han
identificado la zona con una antigua cantera abandonada, de la que el Gólgota
sería el punto más alto: esto concordaría con varios testimonios primitivos,
que describen un terreno rocoso con numerosos fragmentos de piedra. En resumen, aunque hoy el Santo
Sepulcro ocupe casi el centro de la Ciudad Vieja, debemos imaginar el lugar de
la crucifixión en las afueras, teniendo a la vista las murallas y un camino
transitado, sobre un peñasco que se elevaba varios metros del suelo, entre
otros riscos más pequeños, huertos cerrados con tapias y sepulcros.
Los cristianos de Jerusalén
conservaron la memoria del sitio, de forma que no se perdió a pesar de las
dificultades.
- En el año 135, tras haber sofocado
la segunda rebelión de los judíos contra Roma, el emperador Adriano ordenó que
la ciudad fuera arrasada y construyó encima una nueva: la Aelia Capitolina. El
área del Calvario y el Santo Sepulcro, incluida en la nueva superficie urbana,
fue cubierta con un terraplén y se levantó allí un templo pagano.
- Relata san Jerónimo en el año 395,
recogiendo una tradición anterior: «desde
los tiempos de Adriano hasta el imperio de Constantino, por espacio de unos
ciento ochenta años, en el lugar de la resurrección se daba culto a una estatua
de Júpiter, y en la peña de la cruz a una imagen de Venus de mármol, puesta
allí por los gentiles. Sin duda se imaginaban los autores de la persecución
que, si contaminaban los lugares sagrados por medio de los ídolos, nos iban a
quitar la fe en la resurrección y en la cruz» (San Jerónimo, Ad Paulinum
presbyterum, Ep. 58, 3).
La misma construcción que ocultó el
Gólgota a la veneración cristiana contribuyó a preservarlo hasta el siglo IV.
En el año 325, el obispo de Jerusalén Macario pidió y obtuvo el permiso de
Constantino para derribar los templos paganos levantados en los Santos Lugares.
Sobre el Sepulcro de Jesús y el Calvario, una vez descubiertos, se proyectó una
magnífica obra: «conviene por tanto —escribió
el emperador a Macario— que tu prudencia
disponga y prevea todo lo necesario, de modo que no solo se realice una
basílica mejor que cualquier otra, sino que también el resto sea tal que todos
los monumentos más bellos de todas la ciudades sean superados por este edificio»
(Eusebio de Cesarea, De
vita Constantini, 3, 31).
Gracias a las fuentes documentales y
a las excavaciones arqueológicas —realizadas sobre todo en el siglo XX—,
sabemos que el complejo tenía tres partes,
dispuestas de oeste a este:
1) un mausoleo circular con la tumba en
el centro, llamado Anástasis —resurrección—;
2) un patio cuadrangular con pórticos
en tres de los cuatro lados, a cielo abierto, donde estaba la roca del
Calvario; y
3) una basílica para celebrar la
Eucaristía, con cinco naves y atrio, conocida como Martyrion —testimonio—.
La iglesia fue dedicada en el año
336. De ese antiguo esplendor constantiniano queda bien poco: dañado por los
persas en el 614 y restaurado por el monje Modesto, el complejo sufrió
terremotos e incendios hasta que finalmente fue destruido en 1009 por orden del
sultán El-Hakim; la forma actual se debe a la restauración del emperador
bizantino Constantino Monómaco —en el siglo XI—, a la obra de los cruzados —en
el siglo XII— y a otras transformaciones posteriores.